lunes, 23 de octubre de 2017

AUTOIMAGEN

La autoimagen es el conjunto de las percepciones referidas a sí mismo.  Es el sistema organizado de las convicciones y de los sentimientos que la persona tiene respecto a quién es, cómo debe comportarse, cómo se siente percibida por los demás y dónde se ubica en los grupos de pertenencia.  Es el sistema de actitudes hacia sí mismo.

El concepto de sí mismo tiene inferencias cruciales para el desarrollo del individuo, ya que se encuentra en el centro de lo que hará o no hará, de su capacidad de arriesgarse y comprometerse, de su capacidad de entrega y, en general, de las características del cómo se sitúa en la realidad. 

El niño que se considera a sí mismo como un buen estudiante, no elude, no desperdicia nuevas experiencias de aprendizaje; de igual modo que el adolescente que se ha formado un ideal de sí mismo, caracterizado por la moralidad y rectitud, logrará que otros confíen en él.  Tratando de hacer realidad dicho ideal;  la persona que se considera a sí misma como un hábil profesional intentará realizar sus tareas eficientemente.

La consistencia de la conducta se produce por una necesidad de mantener una estructura interna intacta, haciendo congruente el comportamiento con el modelo propio.

La formación de la autoimagen es un proceso social gradual en que se aprende acerca de sí mismo a través de la interacción con los demás.

Es así como el niño que recibe en su hogar el calificativo de “no sirves para nada” integrará a sí mismo conceptos de minusvalía, inutilidad y sentimientos de tristeza y fracaso.

Esta formación supone un lento proceso de diferenciación, que le permite al niño o niña definir cada vez más claramente quién y qué es él o ella.

Con un enfoque evolutivo es posible determinar que el recién nacido no puede distinguir entre sí mismo y el resto del mundo.  Paulatinamente va descubriendo su cuerpo; luego distingue su voz, pero también reconoce que las palabras bueno, malo, lindo, etc., son atribuidas a él como persona.  Gradualmente, desarrolla un cuadro de sí mismo que se esfuerza en mantener y proteger, ordenando su  conducta en conformidad con él.

Cada nueva experiencia es importante por sí misma y como base para aceptar o rechazar experiencias futuras.  Como resultado de ello la conducta propia es regida no por los aspectos físicos de la situación en que se encuentra el individuo, sino por sus percepciones, y éstas influidas por sus experiencias anteriores.

Una persona que durante la niñez asume esta posición:  “yo estoy mal”, más tarde habrá coleccionado sentimientos de fracaso en diversas situaciones, y entonces se sentirá justificada por comportarse torpemente.  Autores como Allport postulan que todas las experiencias de dolor, frustración y en especial las de ridículo social engendran estados agudos de autoconciencia que dejan efectos que permanecen.  Si se usan estas “etiquetas” durante un tiempo largo, se empieza a creer en ellas y desde ese momento la persona  se convierte en un “producto acabado”, destinado a seguir siendo lo que es desde allí en adelante.  Las “etiquetas” permiten evitar el riesgo y el difícil trabajo de comprometerse con el cambio, a la vez que perpetúan el comportamiento que las provocó.

El temor extenso o intenso e internalizado, genera visión en túnel o, en terminología psicológica, un estrechamiento del campo de la percepción que hace al individuo incapaz de ver o intentar algo nuevo.

El nivel de aspiraciones está íntimamente relacionado con el concepto de sí mismo, de tal manera que un adecuado concepto dará lugar a metas realistas, esto es, a logros probables de alcanzar.  Sin embargo, una imagen de sí mismo no realista (sobrevalorada-infravalorada), que se ha estructurado en torno a las interpretaciones de las prescripciones expresadas por el medio familiar o educativo, pueden crear en el niño o niña un nivel de aspiraciones que lo conducirá siempre por el camino no deseado.  Fijación de metas demasiado elevadas o demasiado bajas serán la causa de permanentes frustraciones.  Sentimientos crónicos de culpabilidad favorecen la deformación perceptiva como medio de evitar el conflicto y tarde o temprano conducen al cierre de las vías hacia la superación.

En nuestro proceso de crecimiento integral, está implícito el ir hacia el perfeccionamiento, es decir, ser un poco mejor de lo que realmente se es.  Es evidente entonces que debe existir una discrepancia ligeramente positiva entre el yo ideal y el yo real.  Existiría una tendencia a sustentar un punto de vista positivo acerca de sí mismo.  Su dinámica de funcionamiento incluiría metas por las cuales esforzarse.  Esta es la persona que acepta el yo.  Típicamente, es una persona cuya historia ha sido de convicción y seguridad, por lo que se percibe a sí misma como amada y amable, y capaz de hacer lo que otros esperan de ella y lo que ella espera de sí misma.



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