jueves, 7 de septiembre de 2017

LA FELICIDAD: UNA NUEVA MIRADA

¿Qué es la felicidad?  ¿En qué consiste ese anhelo tan humano?  ¿Puede alguien decir que es plenamente feliz?  ¿Puede hablarse de una sociedad feliz o de índices de felicidad en un país?

Hoy este tema es reiterativo cuando se habla de bienestar, de calidad de vida y de grados de satisfacción de las personas.  Al mismo tiempo, es una inquietud que se levanta de modo invisible aun cuando nadie la invoque.  Es parte de la reflexión individual y comunitaria, siendo quizás el tema que más desafíos y expectativas genera.

¿Se puede alcanzar la felicidad personal, social o familiar?

Las grandes reflexiones nos indican que el crecimiento económico ya no es suficiente para la satisfacción de las personas.  Los países con mayor PIB no necesariamente son los más felices.

Hoy pareciera que estamos redescubriendo una nueva mirada de la felicidad, donde ya no se la puede reducir al placer y la obtención de bienes materiales, porque éstos no satisfacen las exigencias hondas e íntimas de todo ser humano.  Es así que aflora la dimensión afectiva, tema que abre todo un camino de desarrollo y plenitud que hasta ahora ha sido de menor relevancia en el análisis de la felicidad humana.

¿Quién puede lograr sentirse feliz si no se siente valorado por los demás?  ¿Quién está exento de la necesidad de afecto desde la primera infancia hasta los últimos días de la vida?  ¿Cómo se puede ser feliz sin el cultivo de emociones positivas en la propia existencia?
  
Al mismo tiempo, no podemos dejar de lado en el análisis de la felicidad otra dimensión fundamental que es la trascendente, aquella que implica la capacidad de salir de sí para ir al encuentro del otro, de generar vínculos significativos y comunitarios.

Por ello, una sociedad que promueve la felicidad debe favorecer el desarrollo del ser humano con vínculos de calidad.

No es casual que los vínculos sean tan importantes.  Aquellas personas que tienen un fuerte sentido de la presencia de los otros en su vida, quienes hacen de ella una continua conversación, están más satisfechos.  Las personas felices, junto con tener resueltas sus necesidades básicas, cultivan una actitud positiva y hacen de su vida una tarea compartida, no enfrentan solos el desafío de vivir.

El hombre actual intuye que el individualismo no hace más que abortar su propio proyecto personal, que la trascendencia al otro es su propia felicidad y eso supone la conquista del ser.  En este contexto la propuesta es mirar la vida como una red social real, no una virtual.  Todos tenemos la posibilidad de generar vínculos de calidad, vínculos reales……de personas que se miran unas a otras.

Se pueden intentar muchas definiciones de felicidad, pero finalmente siempre llegamos a un común denominador:  el poder gestar vínculos significativos y estables en el tiempo.  Así lo dicen los estudios, pero también lo dice nuestra experiencia personal, ya que sentimos a diario el anhelo íntimo de estar en compañía.

Las personas vivimos unas a otras y en este camino y encuentro es donde se producen las más altas transfiguraciones personales.  Este tipo de vínculos se dan esencialmente en la familia, lugar de incondicionalidad, acogimiento y entrega.

Dadas nuestras limitaciones no podemos pretender que estos vínculos se den de manera espontánea, sin esfuerzo ni trabajo.  De allí la importancia de la familia como cuna y escuela de las relaciones humanas.

Pareciera entonces que un ingrediente sustancial para la felicidad es la actitud personal.  De hecho, el psicólogo y escritor Martin Seligman expone que el componente genético en la felicidad es del 50%, que las circunstancias aportan el 10% y que el otro 40% estaría dado por una actitud personal frente a la vida.  Estas cifras nos muestran nuevos elementos que hemos de tener presentes cuando evaluamos nuestro propio estado de insatisfacción:  ¿cuántas veces hemos culpado a nuestros padres, a la sociedad en que vivimos, a los tiempos, en fin, a las múltiples situaciones que alguna vez nos han interferido?

No se puede seguir mirando la felicidad solo como una meta lejana a alcanzar.  No consiste en ese día en que tenga a los hijos bien educados o la relación de pareja sea perfecta, sino que es el modo cómo hacemos el viaje de la vida que tiene un gran mapa central:  LA CALIDAD DE LOS ENCUENTROS Y VÍNCULOS PERSONALES.

No nos vaya a suceder que estemos subvalorando la importancia del día a día, el camino, el estar, el saber estar con otros.

Alcanzar la felicidad es el viaje de la vida, que requiere de proyecto, sentido, acompañamiento, decisión y aprendizaje.


FUENTE:  Marcos Otazo Sepúlveda y adaptación de “Familia y Felicidad”, Carolina Dell’ Oro y otras autoras.